ª Divisamos dos figuras que ya anocheciendo, a paso muy garboso se acercaban hacia la entrada donde nosotros estábamos “aguardando”, eran dos hombres de muy entrada edad, hablaban apenas el castellano.
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ª Aquella mañana les había tocado a estos pobres hombres… enseguida se pusieron en pie, les llevaron en furgonetas hasta un local.
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Después de mucho pensar cual podría
ser la primera entrada a este nuevo Blog que hoy comienza, no se me ocurrió una
manera mejor de hacerlo que con una vieja entrada que escribí hace unos años y
que, con los tiempos que corren hoy día, mientras se ponen en tela de juicio
muchos asuntos referidos al Ejército y más concretamente al abuso de poder e
impunidad de sus altos cargos.
Cabe recordar para más información,
que personalmente poseo buenos conocimientos e información sobre la milicia, ya
que pertenecí a la misma desde los inicios de la profesionalidad en el año 2000
(la mía fue la última quinta que llamaron a filas) y hasta el año 2008
alcanzando, no el cargo de Coronel ni mucho menos pero sí el de “muy orgulloso”
Cabo Primero de Caballería.
Sin más preámbulos aquí dejo estas
líneas, no sin antes pedir disculpas por la forma, tal vez no totalmente
adecuada de relatar una historia verídica que aconteció a dos jóvenes Soldados
en una de sus numerosas Guardias…
..."El otro día, parado con el coche en un semáforo vino a mi cabeza
una historia que ya tenía caída en el olvido, eso sí… una historia bien real.
Algo que ocurrió hace casi diez años, puedo por bien asegurar que de repente
todas las imágenes llegaron a mi cabeza una detrás de otra, como si de
fotogramas de una película se tratase. Y es que nuestra mente es tan compleja y
fascinante que… una sola imagen recreada en una décima de segundo es capaz de
estimular un momento de tu vida casi a la perfección.
Hace casi diez años, me encontraba por decirlo de alguna manera… dentro
de la milicia, ya sabéis lo que quiero decir… y en una de las guardias que por
aquel entonces acontecían una vez al mes, junto a mi inseparable amigo de
fatigas Juan Carlos Caballero, veíamos como llegaba la noche a la garita… no
era más que una tarde de aquel otoño gris que ya pinteaba el frío invierno de
Valladolid.
Después justo de haber cenado y haber bajado bandera sobre las veinte
horas de aquel día, nos encontrábamos como era costumbre por aquel entonces, en
la garita de la entrada al acuartelamiento que distaba ni más ni menos que
kilómetro y medio del cuerpo de guardia, por lo que… el tiempo que pasábamos
allí… mejor no digo a que nos dedicábamos por si a día de hoy y después de
haberlo dejado hace ya más de tres años pues… me internan en un calabozo.
Divisamos dos figuras que ya anocheciendo, a paso muy garboso se acercaban
hacia la entrada donde nosotros estábamos “aguardando”, eran dos hombres de muy
entrada edad, hablaban apenas el castellano… después de un buen rato, logramos
entender que eran de Bulgaria y llevaban en España poco más de un mes…
Los dos iban vestidos con monos de trabajo y la verdad es que se les
veía muy desconcertados, traían con ellos un papel con un número de teléfono
anotado y entendimos a duras penas, que les habían prometido venir a buscarlos
a las seis de la tarde, y que ya eran más de las ocho y nadie había venido por
ellos… puedo dar fe de esto, ya que el que estaba en la puerta era yo… he de
añadir que los dos pobres… habían seguido trabajando hasta ese momento, ya casi
sin luz y solos.
¿Podéis imaginaros la situación?, seguro que aún no… sigo escribiendo,
estoy seguro que queréis saber más… evidentemente, cogimos aquel papel y
llamamos desde nuestro propio teléfono, la sorpresa vino cuando… resultó que
dicho número no existía, y aumento más cuando, con esfuerzo, gestos y mucha
voluntad logramos entender toda la historia de aquellos dos hombres…
Habían dejado a sus familias en su país intentando encontrar trabajo,
llevaban poco más de un mes en España y tan solo una semana en Valladolid,
durmiendo en el albergue para personas sin techo de la Plaza España. Por la
mañana un “hombre” por llamarlo de alguna forma (no diré su nombre pero sí que
era Comandante y que se dedicaba a estos negocios y alguno más…), había ido
hasta allí como otras tantas veces en busca de trabajadores inmigrantes de los
cuales… venga me voy a tirar a la charca… se aprovechaba haciéndoles trabajar
de sol a sol y pagando… ¿pagando?...
Aquella mañana les había tocado a estos pobres hombres… enseguida se
pusieron en pie, les llevaron en furgonetas hasta un local, allí… les dejaban
cambiar y era donde dejaban todas sus cosas, y en la misma furgoneta les
llevaban hasta el acuartelamiento, les dejaban con un número de teléfono
escrito en un papel y la dulce promesa de volver a buscarlos.
Cuando escuchamos eso… se nos caía la cara de vergüenza, no de pena… de
vergüenza. Llevaban todo el día allí sin comer y sin un solo “duro” de los de
aquel entonces para poder comprar nada y tan siquiera irse de allí… cabe
recordar que el cuartel se encuentra a seis kilómetros de Valladolid, y que el
frío de Valladolid cuando llega… llega de verdad.
Creo que pocas veces hemos jurado tanto, nunca he visto tantos sapos y
culebras salir de nuestras bocas.
Al final… nos tocó ponernos manos a la obra, fuimos hasta cocina,
recogimos todo lo que había sobrado de la cena, algo de beber, más cosas para
el desayuno, lo metimos todo en una bolsa y se lo dimos… salimos a la parada
del bus y con nuestro dinero (que por suerte lo teníamos encima), pagamos los
dos billetes y le dijimos al buen conductor que les dejara lo más cerca de la
Plaza de España que pudiera, y allí les dejamos… tristes, confundidos y
engañados, pero… no olvidaré jamás aquella sonrisa entrecortada y sajada de uno
de los dos hombres… no recuerdo el nombre pero… aquel gesto de su cara… no lo
olvidaré nunca…
Comenzaba la historia en un semáforo en rojo… y allí continua ahora la
misma, el caso es… que nunca me había vuelto a preguntar qué sería de aquellos
dos hombres… hasta ayer. Parado en un semáforo muy cerca de mi casa, un hombre
muy mayor… rozando ya los setenta años, con pantalones de pana y jersey de lana
viejos, una gorra, un bastón que lo ayudaba con su pronunciada cojera y las
arrugas de su cara ocultando sus ojos… no apartaba su mirada del suelo pero al
llegar a mi altura, alzó los ojos y con un acento algo pronunciado me dijo…
¡¿Pañuelos?! Jamás podría olvidar aquella sonrisa, y allí estaba de nuevo… diez
años más tarde, tal y como yo la recordaba, aquel gesto de gratitud después de
pagarle el paquete de pañuelos más caro del mundo… cinco euros.
Y sin más… siguió su camino… el semáforo en verde y yo… el mío. No
sabía si alegrarme o no hacerlo. Solo sé que… en la siguiente parada, cerré los
ojos y di gracias por estos diez años en los que la vida me ha permitido seguir
adelante. Me hubiera gustado decirle algo pero… el no me reconoció… normal, yo
tan solo era un muchacho de diecinueve años. Seguro que necesitaba algo más…
pero no lo hice… no me atreví. Solo pienso… madre mía… rozando setenta años,
pasando este horrible frío y vendiendo pañuelos, con toda la historia de sus
arrugas encima… y de algo estoy seguro, sin futura jubilación a la vista…
Es algo extraño ¿verdad?… pensar en vuestros vendedores de pañuelos…
¿Quiénes serán?, ¿Qué historia les habrá tocado vivir?... no os puedo
contestar, solo puedo deciros que… siguen siendo iguales a nosotros… con su
camino, su realidad, sus arrugas marcadas por el frío… seamos más humanos, y…
la próxima vez… compremos ese puto paquete de pañuelos. ¿Qué nos cuesta?"
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