Hace 475 años, en
Valladolid, se produjo un debate que sentó las bases de lo que hoy
entendemos como derechos humanos. Fray Bartolomé de las Casas defendió con
firmeza que las personas indígenas americanas eran seres humanos plenos de
derecho y personas dignas de libertad y respeto.
Aquella
Controversia de Valladolid de 1550, no solo cuestionó la legitimidad de la
conquista, sino que dio lugar a una reflexión universal sobre la
dignidad humana. Hoy, en un mundo donde resurgen discursos que niegan estos
principios, su legado es más urgente que nunca.
El posicionamiento
de Bartolomé de las Casas desmontó la cruel mentira de que algunos pueblos
merecen ser dominados por ser “inferiores” y demostró que los
derechos no son concesiones que hace el poder, sino que son y deben ser inherentes
a toda persona, sin excepción alguna. Al igual que hiciera el, hoy debemos
rechazar cualquier argumento que clasifique a las personas en “dignas” e “indignas”,
“legales” e “ilegales”.
En 1948, las
Naciones Unidas retomaron este espíritu en la Declaración Universal
de Derechos Humanos, donde se afirma que “todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
Pero hoy, la
extrema derecha vuelve a cuestionar estos principios con argumentos que buscan dividir
nuestra sociedad diciendo que “los derechos humanos son privilegios
para algunos”, que “la soberanía está por encima de la
dignidad", o que “hay culturas inferiores”. No
son ideas nuevas, son simplemente ideas que vienen del pasado cubiertas de un
fino envoltorio de modernidad.
De las Casas
defendió que la dignidad no depende de la cultura o la religión. Hoy, debemos
recordar que las personas migrantes, las personas refugiadas y las minorías
tienen y tenemos los mismos derechos en cualquier parte del mundo.
La Controversia de Valladolid no terminó en 1551, su eco resuena en cada lucha contra el racismo, la xenofobia, la LGTBIfobia y cualquier desigualdad. Frente a quienes quieren que retrocedamos en derechos, debemos reivindicar la importancia de construir sociedades donde quepamos todos y todas. Elijamos el mismo camino que Bartolomé de las Casas, elijamos el lado de la humanidad.
Nuestra sociedad lleva
décadas de lucha caminando hacia la inclusión, la justicia social y el
reconocimiento de la dignidad universal, pero la extrema derecha insiste una
vez más en romper todos los puentes y en construir muros físicos e ideológicos,
para dividir a la humanidad entre “nosotros, nosotras” y “ellos, ellas”.
Su ideología y
argumentario, basado en el miedo, la exclusión y la demonización de quién es diferente,
no es nueva. Sigue siendo la misma que siglos atrás justificó la esclavitud,
el colonialismo y el fascismo, solo que ahora lo envuelven como la “defensa
de la identidad” y la “protección de los valores
tradicionales”. No nos equivoquemos, su objetivo es el mismo, erosionar
y quemar la carta que contiene los principios y valores irrenunciables que
costaron siglos de luchas.
La extrema
derecha, trata estos derechos como un simple catálogo o listado del que
se puede tachar lo que no les gusta. Niegan el derecho de las personas a
migrar y buscar una vida mejor, niegan la violencia machista, atacan
la igualdad de género y la lucha histórica de las mujeres feministas, como si
ellas fueran enemigas de la sociedad cuando han demostrado y demuestran que
siempre están dispuestas a luchar por los derechos de todas y todos.
La extrema derecha,
criminaliza cada día a las personas que buscan refugio, como si tener
que huir de la guerra o el hambre fuera un delito o algo ilegal. Su discurso es
tramposo, desea imponer su pensamiento único y mantener sus privilegios
a costa de los derechos de las demás.
Idolatran y se
fotografían con fascistas y genocidas como Viktor Orbán, Marine Le Pen,
Javier Milei, Mateo Salvini, Giorgia Meloni, Vladimir Putin, Benjamin Netanyahu
y Donal Trump, que no son defensores ni de la libertad ni de la
democracia; son comerciantes del miedo, que usan a las personas
migrantes, a las feministas, a las personas LGTBIQ+ y a las personas más
vulnerables como chivos expiatorios para fabricar enemigos y
enemigas.
La extrema derecha
en este país es aquella que buzonea nuestros barrios y nuestras calles
con publicidad vomitiva, racista y xenófoba sobre las personas migrantes, mientras
los demás miramos hacia otro lado. Somos cómplices con nuestro
silencio de que en nuestra ciudad se instale el discurso de odio hacia
aquellas personas que llegan desde otros lugares del mundo.
Con nuestro
silencio permitimos que esta basura ideológica y fascista se deposite en los
buzones en vez de tirarlos a los contenedores de papel. Les aseguro que toda
esta bazofia cabe perfectamente, aunque siempre estén llenos en nuestra ciudad.
Esta basura es suya, y suya también la responsabilidad de tener limpia
la ciudad.
Cuando una persona
cercana o no, manifiesta argumentarios machistas, racistas, xenófobos y
homófobos y hace política en las instituciones o en la calle vertiendo
mentiras y publicidad que hace apología del racismo y del machismo,
invitando a discursos de odio y a ejercer violencia institucional, lo siento,
pero son personas con ideología y pensamiento fascista y seguramente
simpatizantes de partidos de ideología y políticas de extrema derecha, racistas
y machistas.
Ante toda esta ofensiva, no basta con la indignación. Hay que actuar. Martin Luther King afirmó: “Lo que más me preocupa no es el grito de los violentos, sino el silencio de las personas buenas". La batalla contra el discurso de odio se libra en las urnas, pero también en las calles, en las aulas y en los medios de comunicación, desmontando todas sus mentiras con datos y exigiendo responsabilidades a quienes difunden odio. Señores, señoras y especialmente a quienes son más jóvenes, tenemos la enorme responsabilidad de trazar una línea roja ante esta barbarie. No podemos permitir que este discurso tan peligroso se instale en nuestras calles y en nuestra ciudad. No se puede seguir mirando hacia otro lado, tenemos por delante una tremenda batalla cultural.